De cuando me daba miedo masturbarme
Desde mi experiencia, mis primeros encuentros con mi clítoris estuvieron marcados por todo lo opuesto al placer. Los recuerdos que vienen a mi mente son de culpa y vergüenza,creo que hablar de esas experiencias es una forma de transformarlas y pensar en las cosas que me hubiera gustado saber.
Crecí en una casa donde nunca se habló abiertamente sobre sexualidad. Es más, crecí en una casa donde se notaban las tendencias religiosas desde el momento en el que abrías la puerta: inmediatamente, a tu derecha, cuelga un papel enmarcado que “certifica” que el Papa en turno bendice el hogar (yo tengo muchas dudas, la verdad). Más adelante, una cantidad abrumante de cruces y referencias al arte religioso.
Pero la joya de la corona y la razón por la que he generado muchas risas cuando hablo de masturbación entre colegas y amigas es la pared de la cabecera de mi cuarto. Pintada con un mural de dos ángeles, intimidantemente realistas, sostienen las miradas hacia la cama, como diciendo “veo lo que estás haciendo, así que ni se te ocurra meter tu mano en el pantalón de esa pijama tan suavecita que se siente rico entre tus piernas”.
Este contexto, que ya me parece bastante macabro, se hace aún peor cuando le agregas que estudié en una escuela religiosa para mujeres, en donde la palabra “sexual” era suficiente para enviarte directamente al confesionario. El tema de la sexualidad era aún más silenciado. Solo se tocaba para inculcarnos culpa por tener “pensamientos impuros”. Así viví mis primeras experiencias, no solo confundida y llena de dudas, sino también con el miedo a ser descubierta. Mi temor era que alguien, además de mis queridos angelitos, se enterara de que me tocaba cuando estaba sola en mi cuarto. Recuerdo, sobretodo, el miedo al castigo por actuar y materializar mi deseo.
Recuerdo también que hacía esfuerzos conscientes de ocultarme. Y creo que no era la única. Fueron muchas las veces en las que en juegos como “yo nunca nunca” o “verdad o reto” todas mis amigas y yo nos incomodábamos y pretendíamos que no sabíamos ni en qué consistía la masturbación. Jugábamos a esconder nuestra sexualidad para no parecer las chicas “fáciles” o libertinas.
Más bien, ese tipo de preguntas estaban diseñadas solo para que nuestros amigOs contestaran que sí. Ellos obviamente ya se habrían masturbado miles de veces y, por supuesto, podían hablar de ello y compartir experiencias entre ellos. Pero claro, para mí, una mujer adolescente, estaba PRO-HI-BI-DO. Fingir que no lo hacía funcionaba en ese entonces como una forma de reafirmarme mi feminidad porque, para mi, mi identidad como mujer estaba íntimamente ligada con la represión de mi sexualidad. ¡Qué terrible!
Por muchos años, dejé que los prejuicios y el miedo le robaran el espacio a mi propio placer. No recuerdo exactamente cuándo fue que mi perspectiva cambió, pero sin duda fue al escuchar a otras mujeres hablar abiertamente de sus experiencias con la cabeza de la regadera, los peluches, las almohadas, los bordes del colchón, los lubricantes, y hasta los juguetes sexuales. Todas hablaban de experiencias muy parecidas a la mía y así supe que no era la única.
Me gustaría que mi historia fuera diferente: que siempre hubiera sido esta persona que hoy escribe abiertamente sobre masturbarse, o bien que hubiera podido tener a alguien que me hablara del tema más abiertamente cuando tenía dudas. Así que quiero decirte, a ti que me lees, algunas cosas que me hubiera gustado saber en esas primeras experiencias:
- La masturbación es completamente normal y es un proceso natural para conocer tu cuerpo, saber qué te gusta y experiementar contigo mismx.
- Casi todas las personas con las que interactúas se han masturbado. Y aunque hay quienes no hablan de ello abiertamente (lo cual es muy respetable), no debes sentir pena ni miedo de compartirlo con quien tú quieras.
- Tú eres dueñx de tu cuerpo. No le estás haciendo daño a nadie (ni a ti mismx), es tu derecho disfrutar y sentir placer.
Texto por Sara Martínez Cabello
Imagen por @jamiesquire_